[vc_row][vc_column width=”1/2″][vc_column_text]Restos de Viento
Selección Oficial – Largometraje Ficción México
Dir. Jimena Montemayor
La Escala Richter dice: Lo difícil de ser una familia en duelo, además de que implica haber perdido a una persona muy cercana, es que cada miembro de esa familia tiene que vivir su propio proceso para superar la pérdida y al mismo tiempo interactuar. No es fácil cuidar a alguien que pasó por una pérdida ni cuidar a alguien cuando pasaste por una pérdida y es por eso que los duelos pueden ser insoportables. En su película más reciente, la directora mexicana Jimena Montemayor captura esa dinámica perfectamente. Una mamá y dos hijos que recientemente perdieron al papá de la casa. No nos enteramos cómo sucedió, solamente que sucedió, y ahora los tres están pasando por su propio proceso que afecta la convivencia familiar, así como la interacción con otras personas. La mamá, Carmen (la argentina Dolores Fonzi), está tan deprimida que le cuesta trabajo levantarse en la mañana, cosa que lleva a que sus hijos pierdan días de escuela de vez en cuando. Ana (Paulina Gil), la hija mayor, intenta apoyarse del mundo a su alrededor y rechaza cualquier responsabilidad que le surja en la casa. Daniel (Diego Aguilar), el hijo menor, se refugia en su propio mundo lleno de historias de tribus indígenas y en el que lo visita un Espíritu (Rubén Zamora) que podría ser su papá.
Jimena Montemayor y su fotógrafa María Secco nos presentan la mayor parte de la película en close-ups de nuestros tres personajes principales, aislándolos el uno del otro incluso cuando están en la misma escena. Las escenas más místicas también suceden en tomas muy apretadas que nos desorientan sobre lo que está sucediendo en la mente de Daniel y nos conectan con el tema de cómo los muertos regresan para obligar a los vivos a enfrentar heridas y miedos que no habían enfrentado juntos. Nuestros actores principales tienen caras muy expresivas que cargan con la película y los niños tienen mucho espacio para crear y expresar cosas, aunque los dos pierden su naturalidad en algunos momentos que se sienten más “escritos”, incluyendo algunas voces-en-off que Daniel recita (para ser justo, los niños rara vez suenan muy naturales en una voz-en-off) y un discurso que Ana le da a su mamá al final de la película, que es el único momento que sobrepasa a Paulina Gil —una niña que expresa gran rabia y dolor con tan solo mirar para el frente. Hay un momento de humor negro donde ella se viste de viuda en una fiesta de disfraces que está lograda de manera muy admirable.
Es una película a momentos dolorosa, una que nos atrapa con personajes que se la pasan gritándose, provocándose e incitando peleas por las razones más absurdas. Es incómodo, pero así se porta la gente cuando está pasando por un duelo: más sensible que de costumbre y pasando por tanta confusión que cualquier cosa los puede incitar. Esta familia debe acostumbrarse a vivir con este hueco en su casa y aunque la gente de fuera puede ofrecer un cierto alivio (hay un momento cuando Ana se sostiene del papá de una amiga, aferrándose a eso que perdió antes de que este papá le dice que mejor juegue con sus amigas), al final del día los que tienen que seguir adelante con este hueco es la familia y deben encontrar un espacio en el que puedan compartir el duelo. Hay pocas películas que exploran ese dolor y cómo puede separar a las personas más cercanas cuando más se necesitan y Jimena Montemayor lo hace de una manera sensible, honesta, a momentos chistosa y a momentos muy conmovedora, siempre consciente de lo que es vivir con un hueco. [/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=”1/2″][vc_column_text]¿A dónde vamos ahora?
Muestra Especial Homenaje a Nadine Labaki
Dir. Nadine Labaki
La Escala Richter dice: ¿Hay manera de evitar que explote un conflicto? Las mujeres de una aldea libanesa que no parece tener nombre harán lo posible porque eso suceda. Esta fábula de la cineasta Nadine Labaki (quien también actúa en la película, ella interpreta a la dueña de un café) nos cuenta de esta aldea remota rodeada de minas en la que viven cristianos y musulmanes. En el país, las tensiones entre estos dos bandos van aumentando, pero en esta aldea, las mujeres de ambos bandos se unen para asegurarse que no estalle el conflicto y que ellas no tengan que perder a sus maridos, hijos o hermanos. ¿Cómo hacen esto? Escondiendo cosas de los hombres, descomponiendo la televisión (es una de esas aldeas que tiene una sola televisión para que todos los habitantes la vean juntos), infiltrando la radio, contratando a unas modelos ucranianas para que se distraigan de lo que sucede, enterrando sus armas… e incluso drogándolos con suficiente hashish para que se duerman y les jueguen la broma más grande que se les ocurre. Es una lucha para contener la toxicidad masculina que podría deshacer este pueblo.
Lo impresionante de Labaki es cómo logra mezclar tantos tonos de una manera que coexistan en la misma película. Labaki exprime muchas risas de las situaciones que crea y de los comentarios de la gente en la aldea que reaccionan a lo que sucede (la llegada de las ucranianas y su presencia constante resulta en carcajadas constantes), pero nunca pierde la seriedad del asunto. Cuando algo triste sucede, se trata con seriedad y le da una gravedad a la historia que hace que el público entienda la necesidad de todas las cosas absurdas que suceden. La cinta además incluye números musicales. De hecho, comienza con un grupo de mujeres caminando juntas en el desierto, la mitad cristianas y la mitad musulmanas, que de repente miran a la cámara y empiezan a moverse en coreografía al unísono, estableciendo el tono de esta historia y mostrando desde un principio que estas mujeres trabajan juntas. Hay otra canción en el café entre Amal (el personaje que interpreta Nadine Labaki) y Rabih, el pintor de la aldea, en una especie de sueño compartido en el que expresan sus sentimientos. Otro número musical que destaca es uno que cantan todas las mujeres del pueblo en lo que preparan panes dulces con el hashish para el pueblo.
¿Cuánto de esto es creíble? No mucho, pero Nadine Labaki está consciente de eso y por eso decide darle este tono que nos dice inmediatamente que lo que estamos viendo no es para tomarse completamente en serio, sino para considerar el papel de las mujeres en ésta o cualquier otra aldea de Medio Oriente que quiere evitar el conflicto. Gracias a la fotografía a cargo de Christophe Offenstein, esta aldea se ve brillante, con la pobreza que uno tiende a ver en un pueblo como éste, pero resaltando la arena de manera que se vea dorada y llamativa para darle una estética similar a algo que saldría de un libro. Este tipo de cine tiende a destacar la brutalidad que encontramos en la región, así que siempre es refrescante ver un trabajo que trata estas dificultades con un tono juguetón aunque sin perder la sensibilidad con que debe tratarse esta zona. [/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]