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La semana pasada visité el lugar que dio inició a mi relación con Andrei Tarkovsky, y de paso también fue un momento para recordar en el por qué es importante ver cine, hablar de cine, y apreciar a aquellos que hacen esto posible.
[/vc_column_text][vc_column_text]He estado trabajando en el campo de la crítica de cine por 5 años. Es un número muy pequeño y que en realidad no destaca lo complicado que resulta hacer la labor en la ciudad de León, Guanajuato. Los medios no te toman en cuenta porque el cine es un contenido de disfrute, amén de si pueda entrelazarse con entendimiento de las decisiones de los involucrados del proyecto y su poderío y rezago, el consumo de estos análisis pues no existe para ellos. Como una vez me lo dijo el director general de un proyecto audiovisual durante una entrevista de trabajo: yo no quiero educar a la gente, no es mi obligación.
Pero si no es de uno, no es del gobierno y no es del internet y no es de los padres y no es de las escuelas: total que nadie es obligado a hacerlo…
¿Por qué menciono esto? Porque la falta de espacios a la crítica cinematográfica contribuye a consecuencias en efecto dominó para todo lo que intentes impulsar o tratar de ver, y uno de los que más afecta, es la imposibilidad de ver películas clásicas en un espacio adecuado. No contamos con una cineteca adecuada, y el cine club que tenemos en la ciudad necesita de un serio tratamiento de renovación, así que cuando aparece la opción de ver un material de antaño en las instalaciones adecuadas, no se debe de desaprovechar la oportunidad.
Mucho menos si es Stalker.
No tengo más de 40 años para poder decir que Stalker fue una película que vi en los cines, pero sí me recuerda a una época y a una persona que, para en ese entonces se veía como eslabón importante dentro del campo de crítica fílmica y de apreciación
cinematográfica. Énfasis en “persona” y “eslabón” como singular y no como plurales, porque la labor de Gerardo Mares Reyes era titánica en la ciudad. Cuando en ese entonces surgían proyectos y talleres de cine inconclusos, fútiles, y creados por gente que no tenía el mínimo interés de aproximar el cine de manera docente, Gerardo era diferente.
Más que la necesidad de enseñar cómo hacer cine con la promesa de un cortometraje, Gerardo quería que aprendieras de cine viendo cine y platicando de cine. Sus clases durante los sábados era ver una película y previo y posterior a la proyección, platicábamos… y platicábamos de todo: estrenos, tendencias, oleadas de cine, directores, países, años, inconformidades e injusticias… oh las injusticias de nuestra ciudad.
Para él, su necesidad era de que la gente creara ideas más complejas respecto al cine, cultivando el debate y aprecio de las obras para que así el público se volviera consiente de la labor fílmica, y fuese más exigente, sin perder el amor hacia al cine. Estuve en su taller y fue presa de las aspiraciones del instituto cultural de mi ciudad, que no veía agradable la idea de que un grupo reducido de jóvenes se juntaran a la labor cinéfila sin resultados palpables: su taller tristemente duró poco con un cortón de espacio, y Gerardo batalló por resurgir este entre universidades, hasta el sorpresivo día de su muerte, a unas horas de nuestra última plática.
De nuestras experiencias como maestro y alumnos, Stalker es la que más sensibilizó nuestras mentes en conjunto (la que más nos shockeó fue Posesión de Zulawski), nos aconsejó no pensar en la trama, recordar la duración de las tomas, y pensar en lo que nosotros sentíamos con la búsqueda del trío en medio de “la zona”… y lo hicimos.
Tras un descanso necesario para el trasero –debido a las bancas de entera madera del espacio- regresamos para hablar y, fue un evento personal para cada uno. Encontrábamos una película que nos reflejaba nuestra propia felicidad y nuestro axioma de fe, en posiciones ajenas que los demás no entienden, y de si este podía ser egoísta frente a las situaciones que afrontábamos cada uno… en un punto un nudo de garganta nos invadió, porque ¿Qué es la satisfacción para cada uno?
Y como de costumbre caminábamos de regreso a casa –daba la casualidad de que era mi vecino- en donde inevitablemente hablamos de la labor de maestro y de por qué quiso mostrarnos esa película frente a todas las que pudo haber elegido: “Stalker merece un público, más si es un público que no espera lo que va a presenciar, tenemos la noción de que el cine de Tarkovsky es de flojera, pero es un cine que llega a rincones que no siempre queremos expresar, si los dejé contemplando su propia existencia y libro de vida, supongo que hicimos una buena labor, porque el cine ante todo, sensibiliza”.
Sensibilizar: su mantra de por vida.
Me es inevitable el no pensar en él porque ha pasado mucho tiempo en donde sus talleres fueron olvidados, no sin antes tratar de animarme a que escribiera “mis biblias” de cine. Aquí estoy por él, y por Tarkovsky, y por Stalker, y por morbo satisfecho, porque hay sala llena.
Déjenme repito eso: sala llena de Stalker de Tarkovsky, en León Guanajuato, una ciudad detestada en los públicos culturales.
Hay conocidos, hay gente mayor que yo que probablemente fueron cinéfilos en su juventud y jamás abandonaron este espíritu de encuentro, y familias enteras con niños que a veces llegan a dormir y otros quedan atentos a la película. Y todos somos parte de una entidad, en un público respetuoso. La experiencia definitiva de Stalker era lógica, después de todo qué película no se ve mejor en pantalla grande y sonido absorbente, pero en esta ocasión, encontré un elemento inusual que nunca me había puesto a analizar: hay comedia.
Tarkovsky claramente buscaba la abstracción de sentido y entonación de su película. No quería una obra de ficción, pero sí importaba las razonas por la que el trío está en el lugar, y a pesar de no conocer bien sus razonamientos, existe una conexión por lo menos en el Escritor y el Profesor. De inmediato enemigos por los dictámenes laborales y forma de ver la vida, se insultan, se hacen sentir menos, y a la vez, también ponen a prueba a su Stalker, quién tiene una mayor devoción al lugar sacro que dos curiosos.
Y funciona, porque Stalker es una reflexión cinemática, pero cuando da un despunte de comedia visual o de insulto es inevitable el soltar una pequeña risa, que se conjuga en varias que pronuncian el efecto.
Y ese probablemente sea el punto más rescatable: ese jueves demostramos que hay capacidad entre audiencias de soportar un viaje “soporífero” de acuerdo a muchos, de que el viaje es más adecuado en medio de un público dispuesto a apreciar clásicos en pantalla original, y de que la oferta cultural no es algo que se deba de tomar a la ligera. Todos saliendo de Stalker mantenían un rostro de satisfacción, los que ya habíamos visitado este mundo corroboramos nuestros propios viajes personales, mientras que los iniciados se acercaban a platicar sobre lo que acababan de ver, formulando lo que el buen Gerardo siempre quiso: sensibilizar cinéfilos.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]