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El pesimismo de setentas fue el sentimiento indicado para hacerle pensar al mundo, de que estábamos frente al fin de los tiempos, no es por ello sorpresa alguna de que en el cine tuvimos exploraciones del satanismo evocativo y sensacionalista con la llegada del anticristo (concepto que además heredamos de cierta película de un tal Roman Polanski).
Uno de los puntos más exitosos, precisamente adopta esta parafernalia morbosa, todo derivado de una secuencia de números que se acomodaban: el 666, que para 1976 fue el 6 de Junio de 1976, fecha de estreno de La profecía. La película de Richard Donner posee un estilo gótico apabullante y pesimista, en donde deja establecidas las bases de inquietud: en primera el hijo de Satanás es miembro de una familia adinerada, lo que le otorga poder inmediato de alcance, lo otro son los pésimos y nulos intentos de combatirlo en nombre de Dios, porque existe una vasta diferencia de poder, los encargados de predicar la palabra del señor se encuentran inútiles con sus dagas y profecías, frente al poder de los fenómenos naturales y de error que las fuerzas del mal pueden usar en contra tuya.
Y quizás, más pesimista de todo, es que dentro del batallar de estas dos facciones, existe un niño que no tiene idea de lo que puede llegar a ser. Con un Damien (Harvey Spencer Stephens) bonito, no consciente de la gente que acaba de perder, cosechado entre fervientes, y despidiendo a la audiencia absorta de ver que el mal acaba de ganar la primera ronda.
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La saga de La Profecía es una que recuerdo mucho entre mi familia, sobre todo de verla entre mis primos que en ese final, temblábamos con algo que en ese entonces no podíamos entender mucho: las posibilidades dentro del crecimiento del personaje frente a una saga, la pregunta más importante entre todos nosotros era ¿Damien tendrá conflicto respecto a su naturaleza y posición?
Pues la secuela era algo que recordaba con cariño y que suponía respondía estos elementos. Hoy que la vuelvo a revisar… pues está el potencial, pero es una torpe entrega.
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El principal problema, radica en el desinterés dentro del guión, y dentro de la dirección del filme. El guión de Stanley Mann y Mike Hodges –con crédito porque lo despidieron y logró filmar unas cuantas escenas- nos posiciona 7 años después de los sucesos de la primera entrega. La familia Thorne al parecer tiene más miembros que nunca vimos en la entrega pasada, y es el matrimonio de Richard () y Ann () lo que adoptan a Damien, quien tiene una vida agradable con sus tíos y con su primo Mark () a quien considera su hermano, a pesar de que es el hijo de un matrimonio fallido de su padre. Damien posee un crecimiento desigual en la película, y es que hay un elemento inexplorado dentro del proyecto que es verlo crecer con sus poderes y destino, si esto pasa llega a ser en unas pequeñas escenas en donde torpemente lee la biblia y corre, o termina cometiendo un acto inmoral sin consecuencias, básicamente lo que tiene es que adopta las convicciones del guión por necesidad y no por desarrollo del personaje per se.
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Lo cual es una decepción, porque Jonathan Scott-Taylor es un gran crecimiento creíble al de Harvey Spencer Stephens, el primer Damien. Incluso llega a ser carismático a pesar de tener una apariencia maligna que se volvería punta de lanza para cualquier otra representación de “varón maligno” en el cine, con sus ojos grandes, nariz aguileña y la aparición de ojeras.
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¿Por qué pasa esto? Pues porque mientras vemos a Damien y a Mark interactuar (y que es lo que nos importa), también somos testigos de la caída del nombre Thorne en… pláticas de negocios. No que estas fueran mala idea, pero la integración de las historias en paralelo es torpe, y las secuencias que no tienen nuestro interés, son las que ocupan la mayor parte del filme, con un William Holden que se la pasa comiendo o platicando con sus allegados, y que a los 10 minutos de acabarse el filme de pronto quiere llevar el viaje de investigación similar al de su hermano.
Bueno, ustedes dirán, la torpeza narrativa y olvido de nuestro querido Damien se suplen con escenas de muerte; si la primera funcionaba precisamente era por la dirección de Donner, director menospreciado que sabe cómo generar secuencias de acción en matrimonio con el score. Revisas Superman () o Los Goonies () y hay una prueba fehaciente de este fenómeno. Con La profecía es el mismo caso, porque hay una sutileza y en donde el shock es intenso, aprovechando el jumpscare de mejor manera que otras obras recientes. Don Taylor no piensa así, y lo que propone es básicamente esto: un sujeto, al que apenas conocemos y tiene poca influencia en la película (como la reportera que interpreta Elizabeth Shepard), un escenario rebuscado (la carretera), la secuencia poco coreografiada (atacada por cuervos y lanzada hacia un camión que… le atropella pero le hace volar ¿Por alguna razón?), y por último, el recurso de colchón, que es usar el score de Jerry Goldsmith a todo volumen.
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Olvidaba la secuencia en donde una persona se ahoga en el lago congelado, tan anticlimático y en donde los actores literal no hacen nada para ayudarlo, sólo lo ven nadando entre el hielo con rostros de pánico.
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Si le tenía cariño a la obra, creo que acabo de entender por qué era y es precisamente por el compositor. Pudo ser flojo y repetir el Ave Satani, pero Goldsmith expande el universo litúrgico satánico de los filmes en cada entrega, con un tema por demás extraño y más agresivo, entendiendo que la psique de Damien está en el punto de desdoblamiento, en donde va a entender que es el hijo del demonio y que viene a jodernos.
[/vc_column_text][vc_column_text]Incluso hay una torpeza por parte de Robert Brown, el montajista porque no pasa ni un segundo del fin de los logos de la Fox, cuando el score sube el sonido presentando la secuencia de créditos, dejando a notar quién es el que se tomó su trabajo en serio por todas las entregas:[/vc_column_text][vc_video link=”https://www.youtube.com/watch?v=oZmixJmXSyc” align=”center”][vc_column_text]
Algunas veces las películas perduran en tu mente y cuando las repasas, siguen siendo igual de entretenidas, por eso la introspección es importante. Siempre encuentro problemática la idea de no volver a ver algo porque arruinaría la magia, pero eso nos hace entender qué era lo que nos gustaba de ese tiempo. En este caso, yo me enamoré de un score –quizás el primer trabajo de Goldsmith que busqué tener dentro de mi colección personal y que no podía creer que era el mismo compositor de Mulan (1998)– y que me hizo olvidar los problemas de una secuela que tiene todo para ser digna seguidora de una obra maestra, pero que es la cosa más aburrida que he visto este Octubre.
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