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Pon a un joven Steve McQueen en su primera película, un director religioso inmerso en una película sobre un moco del espacio exterior y un productor inexperimentado… y tienes una de las obras de horror más influyentes de la historia.
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No hay un dato formal que explique el por qué Jack H. Harris quisiera hacer una película. El hombre provenía de una familia de emigrantes rumanos –que en término de horror tradicional es el lugar perfecto para los monstruos- que llegaron a Estados Unidos a inicios del siglo pasado, y que por la relación que tuvo Jack con su padre, le volvería cinéfilo de corazón trabajando como el proyeccionista de su pequeño teatro que poco a poco ofrecía la posibilidad de ver cine. Para términos de la segunda guerra mundial Jack toma más serio el impulso fílmico del establecimiento y comienza a ser distribuidor y curador, obteniendo grandes ganancias con reestrenos de películas que no costaban un dineral respecto a derechos y que eran las delicias de la gente que se volvía fanática de las proyecciones.
Las aspiraciones de Jack en la gran pantalla fueron generadas cuando en 1953, tenía una idea revolucionaria que creo junto a Irvine H. Millgate:
¿Qué tal que existe un monstruo al que no le puedes ganar?
La idea rondó por varios días en la cabeza de los dos sujetos hasta que una llamada de Irvine a Jack a eso de las 2 de la mañana ideaba más conceptos para el monstruo: uno que provenía de un mineral, que se arrastraba sin forma, y que consumía la carne de la gente con la que tuviera contacto, creciendo más y más como una bola de nieve que se vuelve avalancha… eso fue lo único que Harris necesitó para ponerle más atención al monstruo que estaba frente a ellos. El meteoro derretido fue el primer nombre que concibieron mientras buscaban dinero.
Dinero que obtuvieron… de unos realizadores religiosos de Pennsylvania, quienes no veían beneficioso y moral la idea de producir una película sobre un monstruo que devora gente del espacio exterior, después de todo, sus proyectos eran para una cruzada religiosa, y así ¿Cómo podrían hablar de Dios con una saliva andante asesina?
El único, que pareció aceptar lo que Harris e Irvine querían hacer, fue Irvin Yeaworth, ya experto en la realización cristiana y que de acuerdo al propio Harris, aceptó porque la película no iba a ser el camino indicado a predicar, pero si resultaba ser un éxito daría pie a 400 producciones de esa calaña. No tenían nada que perder porque no sabían nada, absolutamente NADA de producción, y aceptaron que Yeaworth fuera el director con la condición de que él ofreciera el equipo y material necesario.
Todos los estudios rechazaron el guión que Harris –de Ted Simonson… existe un debate sobre si de verdad Kate Phillips hizo algo en el proyecto de acuerdo al propio Harris– porque veían como una locura generada por una persona sin talento ni los recursos necesarios para hacer una película -recursos que obtuvieron hipotecando casas- y sobre todo porque no tenía star value, que se conformaba de artistas teatrales de Nueva York, y con el estelar un sujeto que Jack vio en la televisión y posteriormente en una obra de teatro haciendo reemplazo.
Esta cosa, El meteorito derretido –que luego se hizo The Glob, pero como no podían usar el nombre, cambiaron ya por resignación a The Blob– estaba destinada a fracasar, pero aquí estamos, 60 años después maravillándonos…
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La mancha voraz inicia con esta belleza, la cual es una de las secuencias de títiulos más efectivas de la historia del cine: simple, porque con un efecto de onda nos ofrece el crecimiento del extraterrestre a ritmo del legendario tema creado por Burt Bacharach.
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¿Por qué remarco la secuencia inicial de la película? Porque tiene una función simple, la de decirnos el estilo de lo que vamos a ver. La mancha voraz tiene una similitud con La Bella y la Bestia () de Jean Cocteau en el sentido de que ambas usan su prólogo para encaminarnos a la actitud que deberíamos tomar frente a la película, quizás –y me atrevo a decirlo- la obra de Yeaworth nos introduce de manera más sutil, porque a falta de texto, tenemos un tema simplón y juguetón que de inmediato encapsula la obra en la década de los años cincuenta.
Pasando este elemento, estamos frente a una obra maestra con todo el sentido de la palabra porque tiene dos géneros: el del horror y el de las películas de adolecentes/adolescentes, y es pionera en ambas.
Obviamente el más fácil de leer es el acercamiento del horror, y su monstruo es como ningún otro porque La mancha voraz no viene a conquistarnos o es producto de nuestras fallas humanas, no… La mancha voraz es una constante del aterrador y desconocido espacio exterior que llega a un planeta solamente a hacer su labor cuasi bacteriana, que es la de consumirnos lentamente mientras sigue creciendo, carece de una identidad y personalidad que no sea la de la naturaleza cruel, y nada le puede hacer daño, ni las balas, ni el fuego, el frío sólo parece detenerle. Es pionera en ese sentido porque para la época de los años cincuenta y el subgénero atómico/paranoico –término acuñado por este, su servidor- el alien resulta simple, porque es una bola de silicón, pero no por ello es una baratilla que encontraron en cualquier parte, labor sorprendente de Bart Sloane quien sólo hacía efectos especiales cristianos y que en la película, concibió a La Mancha como una capaz de adoptar formas de pelota, de baba, y todo por la ayuda de miniaturas, el uso de recortes de papel en forma del set, y animación.
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Y como todo atómico/paranoico, podemos tener una lectura anti comunista de la mancha, quien proviene de las afueras del cálido Estados Unidos, es uniforme y carente de identidad, y adopta el rojo como el color principal.
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Esta pudo ser una película de horror barata, pero no. Lo que más me agrada de la película, son las elecciones de Yeaworth junto a Thomas E. Spalding logran en la fotografía. Pocas veces se menciona, pero La Mancha Voraz tiene una estética única dentro de las películas de la década, porque Spalding deja afuera de las escenas los escenarios y fondos, decidiendo enfocarse en las actuaciones y una serie de luces que le dan un aire parecido al de un cómic de la EC; su estética es bastante fuera de lo común y probablemente haya sido un referente para proyectos del futuro como las recreaciones de Errol Morris en La Delgada Linea Azul (1989) y para George Romero y Stephen King en Creepshow (1982).
Esto le da un acercamiento personal al filme, y que aprovecha de su otro género, curiosamente el otro rey de la taquilla de la época: el del adolescente. La Mancha Voraz es singular porque el tratamiento que tiene de los jóvenes en la película, es de que ellos terminan siendo los que resuelven el conflicto a pesar de que los adultos no les crean (siendo notorio el hecho de que sea la primer película en mezclar el género del horror con el drama de ser incomprendido por tu pubertad). La imagen del rebelde sin causa como James Dean figura en todas los personajes que vemos posteriormente en las películas, y hay algo de su aura en Steve de Steve McQueen, un joven noble, que de verdad quiere ser tomado en serio por todos pero que no puede dejar de lado su apariencia de rebelde para el pueblito de Downington, donde no es del agrado ni de la policía, ni de los padres de Jane Martin (Aneta Corsaut), la única persona que cree en el optimismo y nobleza de Steve.
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Incluso puede que esté dando mucho crédito, pero hay una secuencia que me recuerda mucho a “Al este del Edén” (1955) de Elia Kazan.
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La Mancha Voraz terminaría sus grabaciones con expectativas de todos porque lo que veían era una mina de oro, que luego llegó a oídos de Paramount quienes poco a poco quisieron ser parte del proyecto que en el pasado habían desdeñado. George Weltner–en ese entonces el presidente del estudio- habló en privado con Jack Harris pidiendo ser el distribuidor de la película; Harris sería un estúpido a la hora de filmar pero no en los negocios: obtuvo 300,000 dólares que recuperaban la inversión de todos los involucrados, y los derechos de la película una vez que pasaran 7 años de plausible proyección en cines.
En contra de todo pronóstico, Weltner aceptó ante la incredulidad de Harris. Lo que el estudio pensaba que era un proyecto fácil de comprar para poner en doble función por las salas de cine del país, se volvería una de las películas más taquilleras de 1958, y la catapulta al estrellado de por entonces un Steve McQueen desconocido. La gente adoptó con cariño a la película, porque hay algo noble dentro de ella; La Mancha Voraz funciona porque fuera de toda intención como película, existe el sueño americano y el cariño de los involucrados del proyecto, no por nada el pueblito de Pennsylvania que se usó para la película la adoptó como su estandarte y es normal que por estas fechas se realice un festival que culmina en el cine utilizado en la secuencia más famosa de la película, con todo y una muestra de monstruo todavía en estado gelatinoso tras 60 años.
Nada mal para un tipo que sólo tenía un sueño incomprendido: ganarse el corazón de una nación a través de un moco.
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