Qué mejor manera de resguardarnos en casa que recordando una de las obras maestras en cuanto al tema del aislamiento, la paranoia y el miedo a perder la humanidad, de parte de John Carpenter.
Por: Deusdedit Diez de Sollano Valderrama
Título original: The Thing
Dirige: John Carpenter
Elenco: Kurt Russell, Keith David, Wilford Brimley, David Clennon, Richard Dysart
País: Estados Unidos
Año: 1982
Duración: 109 minutos
E.T El extraterrestre (Steven Spielberg) es una de las mejores películas de 1982, de eso no hay duda alguna, pero este título glorioso también va de la mano con una restricción gravísima de atención hacia otro grupo de películas de aquel 1982 de valía similar a la del extraterrestre buscando su hogar, pero que fueron del desconocimiento de las audiencias que salían de E.T para formarse una y otra, y otra vez, para ver la misma película.
Cada caso que uno pueda revisar en estos términos duele… pero quizás el más infame de todos fuera el de John Carpenter, quien desde Halloween (1978) mostraba ser un ávido fanático de La cosa del otro mundo (1951), el clásico de Howard Hawks que aparece como la función de medianoche que los niños de Haddonfield miran embelesados a la par de los sucesos generados por un psicópata fugitivo del asilo mental local. El guiño hacia La cosa del otro mundo fue porque esta película se trató de una de las películas clave para John Carpenter durante su infancia, por lo que la oportunidad de dirigir una revisión era algo que no desaprovecharía, después de todo el proyecto se le adjudicó de rebote tras encontrarse estancado desde la década pasada para Universal Studios, con su más reciente esfuerzo bajo la intención directoral de Tobe Hooper y Kim Henkell, frescos del éxito de La masacre de Texas (1974).
Además de la oportunidad de oro de trabajar en una de sus películas favoritas, la intención de Carpenter era una más oportunista. La cosa se trataría de su primer proyecto resguardado en un gran estudio de Hollywood, porque ya había demostrado su capacidad dentro del terreno independiente con películas que exprimían sus limitantes para parecer proyectos de primer nivel: si La cosa tenía éxito, eso significaría mayor apertura de proyectos y la reivindicación de Carpenter como uno de los más consagrados directores de su generación.
Lo cual pasó, pero no por las audiencias; presa de desafortunado cálculo de Universal Studios en el verano del 82 junto a todo el catálogo que no fuera de Spielberg (y esto incluía a Conan el bárbaro de John Milius y El cristal encantado de Frank Oz), La cosa fue repugnada por todos, que la encontraban como antítesis de los extraterrestres amables y vacía en tonos nihilistas… lo cual, era el punto.
La cosa es una angustiante película que nunca deja de punzar en el terreno de la inquietud, dotada de una atmósfera incómoda y que pocas veces ha sido superada: Seguimos a un grupo de hombres abandonados en una misión científica que sólo el demonio sabe, víctimas del confinamiento solitario de su misión y del poco contacto social que por obvias razones no reciben (uno incluso podría interpretar a La cosa como un análisis dentro de la idealización masculina del científico/pionero que en un punto de inflexión fuera de su manos, se deja llevar por la desconfianza y el caos). Todo este psicodrama es latente incluso fuera de la estadía de lo inquietante y desconocido, en un tono perceptible de poco animosidad entre todos los del grupo, notoriamente con McCready –Kurt Russell en su tercera participación con Carpenter– quien parece tener problemas de ira y alcoholismo, desahogados en el único referente femenino de todo el filme, una computadora con la voz de Adriane Barbeau.
Esto es convincente por parte de Carpenter y de Bill Lancaster dentro del guión: resaltan a un grupo de personas poco competentes dentro de sus capacidades mentales, que de por sí se encuentran cansados y que son arrastrados a esta vorágine de la que de inmediato se enfrentan con una dosis de adrenalina que reciben frente a un ser desconocido en todo terreno, logrando conjugar con ello parte de la atmósfera de pesimismo cósmico que normalmente podríamos asociarle a Lovecraft y sus herederos literarios, cosa que tampoco es tan dispar considerando que La cosa proviene de una weird story de John W. Campbell Jr.
Esta tensión es algo que se puede quebrar con un hilo, y de manera justa, el filme logra convencer de esta atmósfera inquietante porque también sabe recompensar a su audiencia, a través de unos valores de producción impecables: Dean Cundey en su relación con Carpenter sigue explorando de manera persistente en este estilo Anamorphic, Albert Whitlock presenta su mejor trabajo en el departamento de fondos mate que terminan siendo semi realistas, y Ennio Morricone presenta lo que a mi parecer es su score más evocativo y fascinante, porque de alguna forma logró absorber el estilo y guiños musicales de un material habitual de Carpenter, con su propio estilo en uno de sus primeros trabajos a los que le incluye instrumentos electrónicos además de experimentos de vanguardia musical.
Pero, si al final de cuentas yo y muchos de nosotros hablamos de La cosa, es precisamente por un punto en donde muchos fuimos afectados a una edad enternecedora, viendo la película a escondidas de nuestros padres que desgraciadamente sufrían el infortunio de que sus crías conocieran al trabajo de Rob Bottin en la infame película en donde el rostro de un perro se parte en cuatro; La cosa es el ejemplo perfecto e imbatible, de que los efectos especiales tradicionales fueron pilares de lo que consumimos ahora con mayor facilidad y con un notorio y vacío sentimiento de intangibilidad, porque millones de cámaras podrán capturar a un ejército extraterrestre liderado por un gigante morado, pero jamás evocarán esa sensación de incomodidad, de miedo, y de curiosidad como ver a un rostro deshacerse del cuerpo y mutar en una aberración de patas de cangrejo.
Mirabas eso, con los sentimientos descritos, y tu vida no volvía a ser la misma: molestabas a tu madre con los ruidos que reconocías del filme en cosas diarias o recibías un regaño por intentar imitar a la bestia de dos rostros fusionándose con tu hermano y cinta adhesiva… bajo esa percepción creo que de alguna forma retorcida, John Carpenter creaba una obra que hablaba desde un sentido infantil, aquel que podría ver semejante asquerosidad y sentirse atraído porque por lo general así eran los niños de ese entonces: si guardaban ranas en frascos o le picaban con un palo a una paloma muerta, qué diferencia tenía esto a ver que un hombre realizaba proezas a mayor escala en ese fenómeno llamado cine.
Trágicamente de nada le servía a Carpenter ese aprecio de nicho, porque La cosa fue su primer fracaso de taquilla y de crítica, y no podía resguardarse en el éxito del filme por su bajo costo. Poner cuerpo y alma en algo en lo que creía fue un golpe duro de ego y que le hizo sentir que en realidad nunca podría anhelar a los espacios de grandes realizadores a los que los estudios defienden, pero el tiempo ha demostrado la valía de La cosa, porque es de esas cosas que a pesar de que nunca se haya visto, la influencia se percibe en cualquier área dentro del horror como un estándar que se debe de vencer o por lo menos imitar, a veces con descaro, a veces no tanto porque de seguro uno de esos niños cicatrizados mentalmente, reconoce y aprecia a destiempo, la mejor obra de su director.
Los tiempos son más asequibles para La cosa, la cual pasó mucho tiempo fuera de catálogo en formato físico, pero que hoy se encuentra disponible en Netflix, esperando a que la descubras.